Cuando uno viaja al departamento de Arequipa, encuentra la ciudad llamada Arequipa, cuando uno viaja al departamento del Cuzco, también existe la ciudad llamada Cuzco, cuando visitamos el departamento de Cajamarca, encontramos la ciudad de Cajamarca, pero cuando viajamos al departamento de Ancash, no encontramos alguna ciudad con tal nombre. Pero aparece registrado en la historia ancashino la existencia de una ciudad con ese nombre ubicada en la provincia de Yungay. Ciudad desaparecida un día como hoy, 6 de enero del año 1725 y no 1730 como registran algunos autores.
Se dice que Ancash fue una ciudad de 1,500 habitantes, con dos calles rectas y anchas, una extensa plaza adornada de frondosos árboles y un espacioso templo de una sola nave de estilo colonial.
El jueves 6 de enero de 1,725 se celebraba en el pueblo de Ancash la gran fiesta de la Epifanía. Por rara coincidencia en esa misma fecha festejaba su onomástico el Alcalde de pueblo quien era el mayordomo de la fiesta, Don Melchor Punyán, hombre muy estimado en el pueblo, pues hasta ahora conserva su nombre dicho lugar, al lado norte de la ciudad desaparecida.
Desde meses antes los habitantes esperaban con ansias y singular entusiasmo la llegada del 6 de enero. Los preparativos fueron múltiples, desde la rubia y espumante chicha de jora hasta los famosos vinos traídos especialmente de Moro, Laria y Motocachi. Todo hacía entrever una regia y espléndida fiesta. Fueron muchísimos invitados de Yungay, Carhuaz y Caraz.
Desde los albores de la mañana de ese día, las quenas, bombos, cajas y tambores atronaban los aires de aquel simpático pueblo. Las cuadrillas de danzantes, simulando moros y cristianos, con la peculiar música guerrera de los huancas, las hermosas pallas, cantando expresivos y agradables aires, recorrían felices las calles de la ciudad.
Todo era entusiasmo y alegría, la ciudad vivía momentos de intensa felicidad.
Una compacta cabalgata de jóvenes y hermosas yungainas en briosos corceles llegaban a la plaza, donde se encontraba la casa del mayordomo.
La fraternidad, entusiasmo y alegría daban a la ciudad un aspecto embelesante. Eran las dos de la tarde; unas pastoras que se hallaban en las alturas que dominaban la ciudad, dieron gritos de alarma en todas direcciones, avisando que del pie del Huandoy se precipitaba una inmensa y gigantesca masa de agua con dirección a la ciudad de Ancash.
Desgraciadamente, tan entretenida estaba la gente, que nadie se dio cuenta de aquellos gritos de aviso.
Las aguas caminaban vertiginosamente por la pendiente, semejando densas y espesas nubes que se precipitaban arrancando árboles y arrastrando gigantescos peñones en su siniestro paso.
La visión era dantesca. A los pocos momentos Ancash era totalmente sepultada por aquel inmenso aluvión.
Al día siguiente todo era un inmenso campo de lodo cubierto de piedras sobre piedras. Cualquiera dudaría que allí existiera una bella y floreciente ciudad llamada ANCASH.
Digitalización: Winston Guillén Giraldo